No sé si te pasa como a mí, pero en ocasiones veo cosas en la vida cotidiana que sirven como ejemplo para dar una enseñanza en el ámbito espiritual. En este caso, elijo el famoso y clásico juego de “la papa caliente” (el cual niños juegan mucho en Puerto Rico), el cual se basa en tomar un objeto, pensar que es una papa que esta muy caliente, y pasarla rápidamente al compañero que esta a tu lado, mientras alguien fuera del círculo grita fuerte y apresuradamente “¡Papa caliente, papa caliente”, hasta el momento que quiera decir:
“¡Ya!”
En ese instante, el que tuviera la papa en su mano, era eliminado, y este pasa a ser la persona que grite “¡Papa caliente!” mientras los que quedan siguen jugando en un círculo. Poco a poco, el círculo de jugadores era más pequeño.
Sabiendo esto, pensemos en el Evangelio, misión de todos los que en Cristo creen, misión de la cual no tenemos por qué avergonzarnos.
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.”
–Romanos 1:16
Si te has avergonzado, no te culpo. Tal vez muchos hemos estado en esa misma situación, cuando estamos a punto de hacer algo que, probablemente para algunos sea locura, o inapropiado para otros. Cuando me siento con temor al qué dirán, o qué me harán, recito ese verso que acabo de compartir. ¿Sabes por qué? Porque Jesús no se avergonzó de dar su vida por mí, ni por ti. Pudo haberlo hecho, pues gente lo humilló, lo azotaron, lo escupieron, lo insultaron una y otra vez, y lo rechazaron. Si hubiese estado avergonzado, tal vez hubiera pensado: “Pero… ¿qué estoy haciendo? Yo soy hijo de un Rey. Yo no merezco esto. ¡Esta gente no es digna de mí!” Sin embargo, no fue así. Aceptó toda humillación y cumplió su propósito en la Tierra. Entonces, la pregunta sería, si todos los que creemos estuviéramos dispuestos a pasar por una pizca de humillación, comparada a la que Jesús pasó, por amor al evangelio.
Es por eso que lo que Jesús padeció y por qué lo padeció debemos tú y yo compartir, por más difícil que sea, y apresuradamente porque el fin está cerca. No te garantizo que no pasarás malos ratos, rechazos y burlas; pero sí te garantizo que al igual que Jesús tuvo su recompensa, así también la tendrás tú.
Pasa el mensaje con alegría y como el juego Papa Caliente no tardes en hacerlo, porque la Palabra de Dios dice que su pueblo es destruido porque le falta conocimiento (Oseas 4:6). Ese conocimiento, lo tenemos tú y yo en nuestras manos. Comencemos a dar lo que por gracia hemos recibido, para que cuando llegue la hora, cuando Cristo diga “¡Ya! Iré en busca de mi pueblo”, entonces pueda decir de ti y de mí:
… y nos encuentre con con unos pies y unas manos ocupadas que evidencien la ardua tarea de dar a conocer su Nombre en la Tierra.
Quiero esforzarme más por hacer esto. Y tú, ¿quieres?
Sean todos bendecidos.
-Shirley