Cuando confirmamos la sospecha de que yo estaba embarazada, maestra al fin, comencé a pensar en todo lo que le quería enseñar a la criatura en camino. Si era niño, quería enseñarle a respetar a las mujeres sin importar qué; si era niña, que luchara yno esperara por nadie para cumplir sus metas. Además, ya estaba planificando las primeras lecciones de lectura, de escritura, de acentos, de francés, entre otras (ya, que si sigo, no paro).
Desde el principio, me enfoqué en lo que yo le enseñaría. Sin embargo, jamás imaginé todo lo que yo aprendería con ella. Desde el día uno, oficialmente me convertí en su alumna. No me decepcioné, ya que todos los días aprendo algo nuevo con mis estudiantes, ya sea un dato científico que desconocía, una palabra nueva, una palabra inventada por la generación Z, otra red social o un nuevo baile en tendencia en TikTok. No se imaginan lo que los maestros callamos.
Una de las cosas que quería –y aún quiero– es enseñarle sobre el amor de Dios. No obstante, una de las grandes lecciones que conozco sobre Su amor lo aprendí precisamente de ella, o a través de las experiencias que vivo con ella día a día.
Quien me conoce sabe que soy una persona que necesita estructura, metodología, procesos y organización. No es la excepción cuando voy a alimentarla. Me coloco el boppy pillow, la acomodo, le pongo el paño en su pecho y comienzo la faena. Ya ella debe estar acostumbrada a este proceso luego de varios meses de haber hecho lo mismo, varias veces al día. Sin embargo, antes de pegarla, mi hija comienza a llorar, incluso a gritar. “¿Por qué lloras? ¿Por qué estás triste? ¿No te he dado de comer alguna vez? ¿A estas alturas no sabes que siempre te alimentaré cuando tengas hambre?”
Esta experiencia con ella me hizo pensar en las veces que he hecho lo mismo con Dios. Lloro y grito, pero Dios siempre provee. Me preocupo y dudo como si Dios ya no supiera lo que necesito. Me quejo y peleo como si Dios ya no hubiera puesto de frente la provisión.
Muchas veces nos comportamos como mi hija, una bebé, que, aun teniendo el pecho de frente, llora como si no se lo fuese a dar. Lloramos teniendo de frente la bendición, la provisión o lo que Dios tiene para nosotros. Nos enfocamos demasiado en la necesidad y se nos olvida que Dios siempre suple, ya sea de la manera en que se lo pedimos o de la manera en que Él entiende.
Esta no era exactamente la experiencia que esperaba tener, pero no deja de ser hermoso.
¡Qué difícil es la maternidad, pero qué mucho nos enseña!
Un abrazo,
Isa