Estoy seguro de que los sufrimientos por los que ahora pasamos no son nada, si los comparamos con la gloriosa vida que Dios nos dará junto a él. La creación entera espera impaciente que Dios muestre a todos que nosotros somos sus hijos.
Romanos 8:18-19
Algunos podrían decir que nadie les permitió elegir ser parte de una familia ministerial o simplemente no les gusta que los identifiquen como “el hijo del pastor”. Bien, en esto tienen razón, pero si hay algo de lo que no podemos desligarnos es de nuestro carácter de hijos. Me refiero a que no siempre tendremos que cantar en el grupo de adoración o ser el líder de jóvenes. Tampoco estamos obligados a ser parte de los músicos o a asistir a todas las actividades de la iglesia. Lo que quiero decir es que antes que cualquier otra cosa, somos hijos.
Sé que muchos han desvirtuado nuestra identidad como hijos de pastores. Han creado altas expectativas de lo que debemos ser, simplemente por la ejecutoria de nuestros padres, sin medir los daños que esto pueda causar. Tristemente muchos no han podido manejar la presión que esto conlleva, abandonando el camino que un día emprendieron. Muchas veces esto ocurre cuando olvidamos nuestra identidad de hijos.
Sí, el hijo (huios) tiene identidad, la cual viene consigo desde antes de nacer. Esta identidad no la dan las expectativas de los miembros de la iglesia, ni las opiniones de los demás; muchos menos ser el hijo del pastor. Nuestra esencia, valor y dignidad están definidos por alguien mucho mayor, que aunque parezca paradójico, nos ha colocado en una familia pastoral con un hermoso propósito.
Efesios 2:10 dice: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Yo tampoco elegí ser hija de pastor y mucho menos el tener que «soportar las exigencias» de muchas personas y en algunas ocasiones, de mis padres, pues aunque no quería, tenía que dar el ejemplo a los demás. Pero hoy entiendo que este asunto se convirtió en una carga, pues me había enfocado en mis planes y deseos, más no contemplaba los sueños de Dios para mí.
Fue ahí cuando me encontré en la encrucijada de decidir qué hacer con todas las promesas que Dios me había dado. ¿Eran mis circunstancias mayores que mi propósito? ¿Acaso no había visto la mano de Dios en mi vida y en la de los míos? ¿Qué era “eso” que siempre me impulsaba al propósito de Dios? Sabes, las respuestas a estas y muchas otras preguntas no llegaron tan rápido como las quería. Pero mientras más entendía y aceptaba mi identidad de hija, más respuestas llegaban a mi vida justo en el momento que las necesitaba.
No fue hasta entonces cuando pude ver que ser hija es una bendición. No solo somos hijos de pastores, sino que somos hijos de luz (Juan 12.36) e hijos de paz (Lucas 16.6). Pero mi mayor regocijo está en saber que tengo una identidad eterna al ser reconocida como hija de Dios
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.
1 Juan 3.1
Ser hijo de pastor no siempre se sentirá como el mayor de los privilegios. No siempre sentiremos la cercanía de nuestros padres como quisiéramos. No siempre tendremos el ánimo de agradar a todos y de ser el ejemplo ideal de un verdadero cristiano. Más nuestra identidad como hijos de Dios será nuestra fortaleza en el proceso de formación. Ser hijos de Dios nos permitirá amar el ministerio, perdonar a aquellos que nos ofendieron y sobretodo nos enseñará a honrar y bendecir a nuestros padres/pastores con nuestra inclusión, apoyo y amor.
De todo corazón,
Miredys
*huios: se refiere a un hijo que está listo para asumir responsabilidades, quien ha pasado por la ceremonia de “adopción”.
© 2016 Pote de Sal
Alabo a Dios por la experiencia personal de nuestros hijos y su verdadera identidad, pues han sabido reconocer que primero son hijos de Dios, antes que nuestros hijos lo que para mí es maravilloso. Hija querida, estoy orgulloso de ustedes porque a pesar de todas las sircunstancias que encierra la vida ministerial han sabido poner cada cosa en su lugar.
Ustedes tienen nuestro respeto y deferencia pues se lo han ganado propiamente pero ante todo tienen nuestro amor y cariño paternal.
Me alegra saber que su identidad es genuina y que nada les moverá de su amor a Dios. La escritura establece: «Tú, Señor, diste forma a mis entrañas; tú me formaste en el vientre de mi madre! Te alabo porque tus obras son formidables, porque todo lo que haces es maravilloso. ¡De esto estoy plenamente convencido!» Salmos 139:13-14.
¡Gracias papi! Su ejemplo ha sido impecable. Los amo.