“El amor es el poder iniciador de la vida; la pasión posibilita su permanencia”.
-Anónimo
De seguro haz escuchado tanto acerca de la pasión, que otro escrito más se uniría a tu lista de clichés. No te culpo, la verdad es que han sido muchos los discursos, quotes, prédicas, hasta muchas de las canciones que cantamos en nuestras iglesias que se inspiran en la pasión. Aún así decidí escribir sobre esto por una sencilla razón: una alta tendencia a confundir pasión con entusiasmo o motivación.
¡Error!
Pueden complementarse, pero nunca serán lo mismo.
Hablando un poco en términos psicológicos, definimos la pasión como un estado afectivo muy intenso, una tendencia que se puede tornar exclusiva y predominante de la persona. Lo que se diferencia en gran manera del entusiasmo o la motivación. Éstos dos necesitan estímulos y de nuestro ánimo para funcionar, mientras que la pasión puede seguir trabajando independientemente si los estímulos o la motivación están presentes o no.
“La pasión es una inclinación hacia una persona, objeto o situación que nos agrada. Nos apasionamos por aquello que nos atrae”. Pero debemos cuidarnos, pues así como hay pasiones positivas, existen pasiones negativas, que en vez de hacernos bien, pueden robarnos tantas cosas, comenzando con la libertad.
Mas ésta vez no hablaré de ese tipo de pasiones, sino de esa pasión que ejerce un poder sobrenatural en nosotros para alcanzar grandes cosas, pero lo más importante, aquella que nos permite permanecer.
El mandamiento más grande que nos pide nuestro Padre es que lo amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. (Marcos 12.30) ¡Sí! Dios nos pide un amor completo, un amor pleno, pero sobretodo un amor constante. La medida de nuestra pasión será la medida de nuestro amor por él. Una persona que ame a Dios en esta magnitud, sin dudas, podrá manifestar una pasión inquebrantable y será ésta la que le permitirá permanecer más allá del entusiasmo, de las emociones e incluso, más allá de la motivación.
Con esto no estoy diciendo que si no hemos sido constantes en nuestro caminar, no amamos a Dios, pero sí creo que deberíamos autoevaluarnos y ver cuanta congruencia tiene el amor que confesamos con el amor que manifestamos. Es como dice 1 Juan 2:16: el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. Y si hay algo que caracteriza la figura de Jesús, propiamente es el amor.
Es la pasión la que revelará la medida de tu amor por Dios y por el prójimo. Cuando ya no nos sentimos apasionados, es una señal de alarma que no debemos pasar por alto. La falta de pasión puede debilitarnos, desenfocarnos, desanimarnos, desestabilizarnos y en el peor de los casos, alejarnos del propósito de Dios.
Es normal que hayan días en los que la motivación no esté presente y el entusiasmo brille por su ausencia, pero jamás debemos perder la pasión.
El fuego del altar debe estar siempre encendido. Se trata de un fuego que nunca debe apagarse.
-Levítico 6:13
Cuando tu amor por Dios es constante, tu pasión será incesante. La pasión que hay en tu corazón debe estar siempre encendida. Se trata de una pasión inquebrantable.
De todo corazón,
Miredys
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