Es un gran alivio el que en medio de cada escrito haya un tiempo considerable para desarrollar nuestros artículos en Pote de Sal. No es tan fácil dirigirse a una población como los hijos de pastores. Les confieso que luego de cada post, se renueva el ciclo de locura y estrés: ¿Qué le interesará leer a un hijo de pastor? Sí, yo también lo soy, creo que eso es lo más irónico de todo esto ¿no?
Y es que muchos de nosotros hemos tenido que ajustarnos a cierto estilo de vida llamado “Familia Pastoral”. (Música de terror de fondo, por favor). Unos la han pasado bien, mientras que otros sienten que es lo peor que les pudo pasar en toda su vida. No los culpo, aún en los mejores escenarios, muchos hemos querido desaparecer como por arte de magia. De seguro alguna vez has pensado cosas como “Preferiría congregarme en mi casa” “Cuando tenga la mayoría edad o mi carro me cambiaré de iglesia” “¿Por qué tengo que hacerlo todo yo?”…
Cuántas barbaridades más pasan por nuestra cabeza. Agotados de la rutina, que en algunos casos se vuelve acosadora y asfixiante. Sin embargo es ahí donde Dios nos puso. –¡Ay! tan bien que ibas–. Esta vez prefiero cambiar un poco el tono de lamento, por uno más alentador.
Cada vez que conozco a alguien y le hablo un poco de mí, es impresionante ver como la mayoría de las personas reaccionan con un “¡Ay bendito!”, “Qué difícil ¿verdad?” o “No quiero estar en tus zapatos”, al enterarse que soy hija de pastores. ¿Les ha pasado? A veces, he pensado si es necesario mencionar esa parte de mí, pues al parecer mucha gente lo ve como algo aterrador. Sin embargo, somos nosotros mismos quienes podemos cambiar esa mala perspectiva que se ha desarrollado sobre nosotros los hijos de pastores.
En cierto momento de nuestras vidas, lo más cercano a Dios para nosotros fueron precisamente nuestros padres. Sé que hay muchos hijos de pastores que lamentablemente no tuvieron el mejor ejemplo de Dios en sus casa. Por eso su relación con Dios y su vida cristiana se han visto terriblemente laceradas y distorsionadas. En otros casos, simplemente se cansaron o no resistieron la presión que en muchas ocasiones ciertos hermanitos de la iglesia o los mismos padres han puesto innecesariamente sobre sus lomos.
Pero sé que hay otros que hemos podido continuar el viaje que una vez empezamos. Que hemos encontrado la verdadera razón por la que seguimos caminando de la mano de Dios. Y aunque no hemos tenido una vida perfecta, aunque hemos tenido que renunciar a mucho, aunque hemos querido olvidarlo todo, siempre hay una fuerza mayor que nos ha hecho resistir y permanecer.
Hoy nos toca a nosotros poner nuestro corazón por aquellos que no han podido seguir. Sea una oración, una visita, un mensaje de texto, yo que sé. Nos toca mostrarles el camino. Sin hacer fuerza, sin acoso. Con amor y gracia se conquistan corazones, aún los más rotos y dolidos.
Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos.
-Santiago 5:16 NTV
Con la misma alegría plena y sincera que aquel padre amoroso recibió a su hijo pródigo, estemos dispuesto a recibir, sanar, vestir y fortalecer a aquellos hijos que decidieron irse alguna vez. Confiemos en que Dios los alcanzará y esa fuerza redentora llamada gracia divina les hará regresar a casa y retomar su propósito para el que fueron creados.
Cambiemos el discurso de lamento y pérdida. Hay mucho qué hacer y celebrar. Pues nuestra fe es que llegue ese momento que podamos decir:
“Porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha vuelto a vivir. Se había perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzó la fiesta.
-Lucas 15:24
De todo corazón,
Miredys
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