Hace unas semanas atrás hablaba con una persona, que pocas veces habíamos cruzados palabras, pero sí conocía a mi novia y a su familia. En un momento dado de la conversación me dijo: “Se nota que eres una buena persona”. Para mí fue como un balde de agua fría. Fue inevitable en ese momento cuestionar y reflexionar sobre si verdaderamente soy bueno, ¿mi conducta y mi manera de pensar lo demuestran? ¿Lo que hay en mi corazón me hace diferente?
Esas preguntas me hicieron recordar el pasado, los errores que cometí, las personas que lastimé y otras que me lastimaron, a las que le guardé rencor y les deseé lo peor. Es aquí donde quizás te identifiques conmigo, pues muchos de nosotros tenemos un pasado que quisiéramos olvidar, pero que parece que nunca se borrará. Un pasado que cada vez que intentamos alejarnos de él, nos persigue. En ocasiones, pensamos que nunca podremos ser diferentes, que estamos destinados a ser los mismos, por más que intentamos cambiar (Gálatas 5:17).
El apóstol Pablo se encontraba en una lucha muy similar, ya que decía que quería hacer lo correcto, pero no lo hacía, en cambio hacía lo que estaba mal (Romanos 7:15). Definitivamente es una lucha que con nuestras propias fuerzas no podríamos ganar. Una vez escuché a alguien decir que nuestra lucha por hacer el bien es como tener dos perros que se quieren destrozar uno al otro; al más que alimentes, será vencedor sobre el otro (Romanos 8:5). Uno de ellos es el deseo de nuestra carne, que constantemente nos lleva a las malas decisiones al no saber esperar y vivir una vida sin propósito. El otro es nuestro espíritu el cual se alimenta de nuestro tiempo de devoción con Dios, cuando leemos la biblia, cuando sacamos tiempo para orar y conocerlo más. Es ahí donde se da el verdadero cambio.
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!”
2 Corintios 5:17
En la medida que alimentemos el área espiritual de nuestra vida podremos ver materializada esa promesa que Jesús dijo en Juan 10:10: Que él vino para darnos vida, para que la tuviéramos en abundancia y plenitud. Una vida con propósito, que tuviera sentido y nos diera una verdadera satisfacción. La biblia esta llena de hombres que no fueron perfectos, que en ocasiones desobedecieron, que lastimaron a otros, que tomaron malas decisiones, pero que tuvieron la oportunidad de arreglar sus vidas, de regresar a Dios y de hacer las cosas correctas.
Debes estar claro de que ellos no hicieron esto con sus propias fuerzas. La biblia nos enseña que el débil en Cristo es fuerte. Que nuestras debilidades, esas áreas donde luchamos y donde en ocasiones caemos derrotados, pueden ser fortalecidas en él (Juan 16:33). Quiero recordarte que la transformación a ser un nuevo hombre es un proceso, no va a pasar de un día para otro. Los cambios son progresivos, se dan poco a poco, pero el prometió que lo que comenzó en cada uno de nosotros lo terminará (Filipenses 1:6). Claro, esto de que es un proceso tampoco lo podemos tomar como excusa para seguir igual. Cada día, debemos caminar de una manera distinta, como nuevos hombres, transformados por el poder de su palabra y el crecimiento que nos brinda el conocer a Dios cada día mas.
Un abrazo fuerte,
-Darío