¿Qué me recomiendas?

Recientemente me encontraba hablando con un amigo de nuestros lugares de café favoritos en el área metro. Siempre que encuentro un buen lugar de comida o un café sabroso, tengo la tendencia a recomendarlo a mis amistades. Les hablo del buen servicio, de lo bonito que está el lugar e incluso menciono cosas sobre el ambiente que pueden encontrar allí. Es algo totalmente normal el recomendar aquello que nos gusta o nos es útil. Pueden ser aplicaciones del celular, algún libro, una serie por Netflix, tiendas de ropa, un gimnasio o hasta algún vendedor de carros. Son tantas las cosas que recomendamos a familiares, amigos o hasta desconocidos en ocasiones.

Lo hacemos debido a que esperamos que sea del gusto de otros y les haga bien el pasar por esa experiencia que vivimos. Por lo regular son cosas que previamente las probamos y nos funcionaron. Si tuvimos una mala experiencia, dudo mucho que aconsejaríamos a alguien probarlo. No puedo negar que me apasiona hablar de lugares de comida que me gustan.

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Nos emociona tanto compartir lugares maravillosos, pero cuando pienso en la Iglesia o en Jesús ¿Estaré haciendo lo mismo? Si tan buena ha sido la experiencia, si tanto bien me ha hecho ¿Por qué no lo estoy compartiendo? Se supone que si Jesús es lo mejor que tenemos y conocemos, lo comparta con mayor pasión que cualquier otra cosa. No importando las condiciones en las que me encuentro, donde estoy, si alguien me está mirando o incluso aún cuando no me vayan a creer.

La biblia nos cuenta que durante la resurrección de Jesús, las primeras personas que lo vieron fueron un grupo de mujeres entre las cuales se encontraba María Magdalena (Lucas 24: 1-11). A éstas se les dio la encomienda de dar las nuevas a los discípulos de que Jesús había resucitado. Me imagino la emoción de ellas por el camino, corriendo a toda prisa casi sin aire para llegar al lugar donde los discípulos se encontraban. Era tanta la alegría de estas mujeres que no importaba el calor, que las vieran corriendo y ni si quiera les pasó por la mente si los discípulos le creerían, pero aún así decidieron compartir la maravillosa noticia de que Jesús, el salvador, estaba vivo.

Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.

Mateo 28:19-20

Ojalá fuéramos más como este grupo de mujeres valientes, que compartiéramos con otros las buenas nuevas de que Jesús murió, fue crucificado y resucitó al tercer día. Que vino a la tierra para buscar lo que se había perdido, para darnos propósito y un mejor futuro. Quiere darnos vida en abundancia y plenitud. Él es la respuesta, la esperanza y la solución para todas nuestras crisis y situaciones. Lo más increíble de esta aventura de compartir el evangelio es que él promete acompañarnos.

Este es un buen momento para examinarnos y ver porqué no lo estamos compartiendo con otros sabiendo la gran diferencia que puede hacer en nuestras vidas. Es mi deseo que a través de este escrito puedas identificar qué factores en tu vida no están permitiendo que compartas el evangelio con pasión. Que, así como recomendamos buenas películas y lugares de comida, recomendemos a aquél que tiene poder para cambiar nuestras vidas. Dios nos dé valentía, amor y corazones apasionados por él para compartir las buenas nuevas de Jesús al mundo.

@Darío Cortés

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