Hoy quiero escribirles a aquellas mujeres que están esperando una promesa, un milagro o el cumplimiento de una palabra que recibieron hace algún tiempo atrás. Muchas veces batallamos en nuestra mente sobre las posibilidades de alcanzar algo. Comenzamos a cuestionarnos si realmente somos dignas, si somos capaces o si somos lo suficientemente importantes para que Dios nos tome en cuenta. Leyendo, en medio de un día de desánimo, abrí mi biblia y mi corazón en 1 Samuel 1. En este capítulo se relata la historia de una mujer que, sumergida en un mar de dudas, lágrimas, infelicidad y amargura decidió entregar su corazón para ser transformado en un milagro.
Su nombre es Ana. Dentro de esta gran historia hay tres aspectos que llamaron mi atención; El primero es que Ana vivía en una profunda angustia (1 Samuel 1:7). Ana no podía tener hijos. Estaba rodeada de personas incomprensivas que le recordaban su aparente “desgracia”, así como quizás estemos muchas de nosotras en este preciso instante; El segundo es que Ana lloraba amargamente por el disgusto de tener que vivir con la esterilidad y el recuerdo a diario de convivir con otra mujer que no buscaba otra cosa que humillarla (1 Samuel 1:10). El tercero es que Ana eligió por sobre todo orar (1 Samuel 1:9). Los días de la cultura de Ana, sin duda, debieron ser muy difíciles. No tener hijos en este tiempo era complicado, pues para el pensamiento de los hombres era una vergüenza y deshonor. Sin embargo, Ana acompañaba siempre a su esposo a adorar y ofrecer sacrificios a Dios.
Ana vivió muy de cerca al desánimo, pero acudió al único que ella sabía que podía solucionar su condición. A pesar de los comentarios que podamos recibir en este mundo, Dios se hace presente y ve como esta nuestro corazón. Dios conoce cuando le pedimos de forma egoísta para nuestros propios deseos y cuando le pedimos con la intención de seguir adorándole. Cuando estés desanimada derrama ante el Señor todo aquello que te impide continuar con tu diario vivir y todo aquello que perturba tu mente. Ana se separó para orar, entregó su tristeza en el altar y Dios vio su corazón afligido. Tu oración puede durar años, meses o días, pero te aseguro que Dios no ignora cuando ve un corazón en necesidad.
Le pedí al Señor que me diera este niño, y él concedió mi petición.
1 Samuel 1:27 NTV
Dios es perfecto. Él puede hacerlo todo. Oremos para que Dios nos escuche, no para que el hombre nos escuche. Hagamos oraciones llenas de valor. Quizás has orado con frecuencia, pero no con franqueza. Si dedicas tu milagro a Dios antes de tenerlo en tus manos Dios se encargará de ordenar cada aspecto de tu vida. Samuel, el hijo de Ana, fue un milagro con propósito.
Aparta mis ojos de cosas inútiles y dame vida mediante tu palabra. Confirma a tu siervo tu promesa, la promesa que hiciste a los que te temen.
Salmos 119:37-38 NTV
Todos tenemos nuestras propias necesidades personales. En la vida nos tocará experimentar un sinnúmero de experiencias que pondrán a prueba nuestra actitud y lo que declaremos con nuestros labios será lo que vendrá a nuestra vida. ¿Qué le estas pidiendo al Señor? Dale el espacio para que Dios conteste la petición de tu corazón y en la espera ríndete. Hoy te digo Confía. Dios abrirá camino a tu favor y veras Su lealtad. En tu próxima oración no te levantes dudando de lo que Dios hará. Deja tu oración en Sus manos y solo dedícate a creer. Vive el tiempo de Dios mientras esperas. No mires tus circunstancias, mira a Dios obrando a tu favor en medio del silencio. Dios no quiere darte una parte, Él quiere darte lo mejor. ¡Ana creyó en Dios! ¿Creerás tu?
Les aseguro que, si tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Si le dijeran a esta montaña: “Quítate de aquí y échate en el mar”, así sucedería. Sólo deben creer que ya está hecho lo que han pedido.
Marcos 11:23 TLA
Con amor,
Yaileen Caba