Hacen miles de años atrás, hubo un hombre maravilloso que caminó sobre esta tierra y fué el predicador por excelencia de todos los tiempos. Este inigualable caminante, dejaba huellas por cada rincón donde se paseaba.
Era admirable ver todos los eventos que enfrentó y de qué manera hacía intervención en cada una de las enseñanzas que nos dejó a través de su palabra.
Pero lo más hermoso y grandioso, es que a pesar de que en este siglo Él ya no se moviliza por medio de un cuerpo aquí en la tierra, sí lo está en Espíritu. Y de esa manera te acompaña, te asiste, te entrena, te guía, te abraza y hasta te consciente.
Este personaje de quien te hablo, es Jesús. Y hoy quiero compartirte un escenario que Él vivió, donde claramente nos deja una gran lección de vida, de fe y de actitud.
Y quien no ha vivido una tempestad? Definitivo que todos, pero observa cómo resuelve Jesús ésta, y cuál debe ser nuestra reacción y postura ante las aguas turbulentas.
En Mateo 8:23 -27, relata la palabra lo siguiente:
23 Y entrando Él en la barca, sus discípulos le siguieron
24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía
25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: !!Señor, sálvanos, que perecemos!
26 El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.
27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Jesús te invita a entender que no hay razones para dar paso a la desesperanza mientras Él se encuentre en tu barca. Que puedes descansar y dormir en la tempestad aunque el agua y los vientos te amenacen.
Que tú actitud definirá tu carácter, depositando tu confianza absoluta en aquel que te amó desde la eternidad.
Con todo el Cariño,
Betzy