Somos un cuerpo, somos un equipo

Trabajar en equipo es el “cuco” de muchos a la hora de hacer una encomienda. Muchos prefieren hacer lo que les toca solos porque así no dependen de nadie para hacerlo a su manera. Otros no les gusta porque entienden que segundas y terceras personas atrasarán el proceso; otros aseguran que no todos dan el 100% de ímpetu para que el trabajo se haga bien y a tiempo. En fin, hay varias razones. Si eres uno de los que piensa de esta manera, tranquilo(a), no te juzgo.

Cada punto es válido porque se habla a raíz de experiencias previas. La realidad es que ninguna de estas razones quita al hecho de que en algún momento nos tocará hacer algo en equipo, ya sea en la universidad o en el trabajo (aunque la palabra “teamwork” no sea una de tus habilidades apuntadas en el resume).

Pero te tengo una noticia, y es que para Cristo y por Cristo debemos trabajar en equipo. Y sucede lo mismo que en el ámbito laboral… algunos dan el 100% y otros el 50% de ese 100%. Habrá gente comprometida y otras comprometida de labios. Hay quienes solo delegan y no hacen, mientras otros pretenden echarse la carga solos. No debe sorprendernos esto porque al final… ¡todos somos imperfectos buscando a un Dios perfecto! Así que habrá variación entre nosotros como equipo, pero el interés, la misión y visión de todo lo que se haga debe ser el mismo— servirle a Dios y servir a otros.

El apóstol Pablo en Romanos 12: 3-11 enseña sobre lo que es ser un buen equipo de trabajo haciendo relación a un cuerpo humano y cada miembro que posee. Cada parte de nuestro cuerpo, con su función única hace que seamos eficientes. ¿Qué difícil sería para un cuerpo estar sin una pierna, un brazo, un ojo, una mano, un dedo, un riñón, un pulmón, un solo ovario (y puedo seguir mencionando) cuando fue destinado a tener todas estas partes? Cada una de ellas son esenciales. Así de esenciales somos nosotros en el cuerpo de Cristo, cuando ponemos nuestros talentos y virtudes en las manos de Dios para servir.

Cuando servimos, debemos entender que no podemos tener un alto concepto de nosotros mismos (Romanos 12:3), comparando nuestro trabajo con el de otros; porque cuando se sirve, no existen competencias que valgan. Pensemos mejor que nuestro grano de arena hará del trabajo final uno mejor.

Por tanto, al momento de servir, ¿quién eres tú? ¿El que da su 100% o menos, el que se compromete de corazón o solo de labios, el que trabaja solo o en equipo? Recuerda que en el cuerpo de Cristo eres importante y tu labor, valentía, conocimiento y motivación es necesaria. Sin ti el cuerpo de Cristo es como ese rompe cabeza que le falta una pieza. Así que, líder que me lees, reconoce tu valor e importancia en la obra, que no es cualquier obra sino Su obra.

Con amor,

Shirley

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