Recuerdo en mi niñez el énfasis que había desde el púlpito en llevar una vida santa. La santidad era presentada como un código de conceptos externos: vestimenta, prendas, siete días de culto, Biblia en auto, axila y casa. Siguiendo la línea externa, había que estar serio porque representaba comunión con Jehová, constantes guerras espirituales, reprendiendo a todo “viento diabólico”, porque “por ahí se mete el diablo”. ¡Esta santidad me daba miedo! Entiendes ahora por qué le llamo “santidad barata”, esta santidad jamás tiene el mismo costo que la santidad de Dios. Es nada comparada a la santidad que Dios exige.
Cristo, a través de Pablo hizo un llamado: “La voluntad de Dios es que sean santificados” (1 Ts. 4:3). Dios nos ordenó a ser santos, porque Él originalmente creó la humanidad en su semejanza, y la santidad es el atributo fundamental de su Ser.
La santidad trasciende todos los niveles humanos, tanto como la bondad, inocencia o libertad de pecado. La santidad es algo infinitamente superior a la vestimenta, búsqueda de espíritus malignos, revelaciones diabólicas, eso no se compara, porque la santidad es la semejanza a Dios y a su hijo Cristo.
¡Pero es que nadie puede ser santo si no se deja poseer por el Espíritu Santo! La posesión no es sinónimo de hablar lenguas, mucho menos en la expulsión de demonios en medio de un culto, eso no se compara a tener la posesión del Espíritu Santo. Nuevamente, nos enfocamos en asuntos externos, lo barato.
Este es el mayor pecado, ahí es donde se establece la blasfemia, intentando reflejar una santidad externa cuando no permitimos la obra del Espíritu Santo internamente. ¡Ese era el problema de los fariseos!
El Espíritu Santo es nuestro santificador, mientras que Cristo es nuestra santificación, nuestra santidad. El Espíritu Santo es quien dirige la obra de santificación mientras que Cristo nos transforma a su semejanza (2 Cor. 3:18). Todo esto ocurre mientras mantenemos nuestra mirada en Jesús (Heb. 12:2). Recordemos, el Espíritu engrandece a Cristo, porque fue enviado a glorificar al Hijo (Jn. 16:14). Mira a la cruz, allí encontrarás un hermoso proceso de trasformación que comienza en tu interior. Afirmo, la santidad tiene un alto costo, la muerte del Santo para que tú y yo podamos entrar en un proceso de santificación.
Pastor Peter Rivera